Yo te cuido

/ sábado, 17 de septiembre de 2011 /
Como era de esperarse de una mujer pequeña y menuda como lo era mi señora Hanako, las cosas se pusieron difíciles, por más que corrimos de hospital en hospital, ella perdió a su primer bebé, aquello fue un golpe bastante duro para Miyano y Hanako, y a partir de ese día, la mansión parecía ser más grande de lo que en realidad era.

Pasamos en silencio, de luto, aproximadamente una semana, en aquel entonces, el primero que se "repuso" fue Miyano, aunque sufría en silencio, tenía que mostrarse fuerte por ella, y así lo hizo, cada día era un detalle diferente, detalles que yo solo observaba y me preguntaba por qué no había tenido un padre como él, pero no todo se puede en esta vida, eso me quedaba claro. Hanako no se recuperaba y un día, al calor de la chimenea de aquella mansión, Miyano se arrodilló ante ella, diciéndole que, cualquiera que lo hubiese hecho lo iba a pagar, seguido de eso, se levantó, tomó su chaqueta y salió, no sin antes acariciarme la cabeza y decirme "Cuídala".

Ví como él se iba de aquel lugar, y tan solo pasaron unas horas, para que Hanako comenzara a llorar, de una manera que no he visto a otra mujer hacerlo, aquello me asustó, y yo no sabía que hacer para consolarla, era un niño, era más que obvio que no iba a poder tomar el lugar de Miyano en esos momentos, así que hice lo que mi instinto me dijo, me acerqué a ella abrazándola por la cintura para acomodarme en sus piernas y recostar mi cabeza; para mi fortuna, con aquello ella pareció calmarse un poco, acarició mi cabeza como lo hacía mi madre y yo me quedé ahí quieto -QUiero otro bebé- fue lo que le alcancé a entender entre sollozos y gemidos -Necesito a Miyano aquí, a mi lado- levanté mi cabeza y la miré sonriendo -Yo te cuido- jamás pensé que aquellas palabras fuesen convertidas en promesa más adelante.

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