Una vez que llegamos a Sicilia, la actitud siempre fue de cuidado, al menos por parte de Miyano, se fijaba demasiado en las personas, en los detalles, mirábamos de reojo y solamente caminabamos tranquilos, como si el pesado ambiente no nos molestara, como si fuésemos parte de ese lugar. Durante todo el camino las discusiones y ocasionales conversaciones seguían girando en torno hacia el tema de que no teníamos más opciones que aquella. Vagamos unas horas, hasta encontrar una vieja casona donde nos quedamos ahí a dormir, con una módica renta, claro, lo último que teníamos de dinero según mi padre, bien podrían haberme vendido. Detalles...
Tardamos bastante en despertarnos a la mañana siguiente, la causa fue que estábamos demasiado ocupados escuchando las balaceras que en ese entonces azotaban la ciudad, muertos, sirenas, patrullas, balazos, más sirenas y así continuó. Aun así, para cuando fueron las 10 a.m. emprendimos nuestro camino a buscar cualquier cosa para comer, antes de irnos a meter entre callejuelas, buscando la cuna de la mafia.
-Escucha bien, Miyano, ahí dentro no puedes ser el bueno, si no muestras tu carácter, nos van a matar, a los tres- era la primera vez que escuchaba que mi padre me contaba como alguien en aquel bizarro grupo en el que estábamos. Un asentimiento por parte de Miyano y entramos a aquel lugar, era una especie de bar, con mujeres de poca ropa (en aquel entonces) cigarrillos largos, ligueros, sombreros de copa y trajes sastres bastante caros, todo como si fuese una de esas películas de los años 40 que tanto le gusta ver a Miyano.
Nos dirigimos directamente hacia la barra y por primera vez no entendí que era lo que Miyano hablaba con el hombre de la barra, dialecto, decían, Siciliano, no me detengo a explicarlo porque es algo que aun no comprendo.
Después de un breve intercambio de palabras pasamos hacia la parte de atrás, donde el ambiente se veía, si es que era posible, un poco más sofisticado que el anterior, con un olor a tabaco que supe después despreciaría por completo.
Una vez que llegamos continuaron hablando en aquel dialecto inentendible, sentí un par de veces a Miyano apretarme mi mano, como si yo le diera fuerzas, o quizpa, como si tuviese la respuesta a aquello que le estaba aquejando. Después de un par de horas, Miyano le pidió a Bastián que me llevara afuera.
Miyano duró más tiempo dentro, después salió con un pañuelo en la mano y una sonrisa torcida, miasma que ocuparía desde ese momento en adelante.
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