Los primeros pasos

/ sábado, 17 de septiembre de 2011 /
Nerea Dalaras
Mi madre murió cuando yo nací, siendo yo el último esfuerzo de su vida, dando como siempre una negativa a mi padre por abortarme, después de eso pasé mis primeros meses en aquel país de clima tan extremo, Kirkuk los pasé en una caja de cartón, con una pequeña sábana, siendo alimentado con agua y azúcar, no, mi padre no era pobre, jamás lo fue, de hecho, creo que tiene una herencia de unos tantos millones en Grecia, pero, bueno, a estas alturas han de suponer que nada de ésto es algo que yo sepa.

Conmigo a cuestas, se dedicó a buscar suerte en aquel lugar, nada ostentoso, solo yacimientos petroleros en donde pudiese comenzar a negociar. Como era de esperarse, le estorbaba para hacer sus planes, y en algún templo me dejó, esperando a que me sostuviera por obra de la caridad.

Creo que tuvo un buen presentimiento, ya que una mujer de condiciones algo humildes fue la que me socorrió, llevándome hasta la casa donde trabajaba, una gran mansión en medio de la nada. Ahí fue mi primer contacto con Miyano Sagasti, o como se conoce en el bajo mundo, Fiorenzo Linanzassoro. Un empresario italiano con visión, la cual empezaba en aquel lugar, de cualquier forma, jamás entendí que era lo que queria hacer.

Y fuera de las cosas que pudiesen pensar, aquel hombre siempre estuvo al pendiente de las personas, por tanto, reparó de inmediato en mi prescencia, ordenó ropa y un cuarto para mí, además de que fue a buscar a mi padre, he ahí la razón por las que aquellos dos se conocieron.

Cuando Miyano encontró a mi padre, se dió de cuenta las cosas por las que Bastián estaba pasando, y con paciencia y tranquilidad, escuchó todas aquellas cosas que tenía atoradas en el alma, esa noche, yo gané un padre, y Bastián, encontró el negocio por el cual iba a ese lugar. Por supuesto a cambio de que me dejara quedarme vivo con ese señor.

Mis meses pasaron así, entre risas y atenciones por parte de sirvientas y el jefe de la casa, porque yo era el bebé, aquel bebé rubio de ojos violetas que había llegado a llenar la mansión de risas y encantos. 

Eso es todo, al menos de lo que no tengo conciencia que pasó.

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