Pasamos cerca de 6 meses aprendiendo japonés, y para aquellas alturas ya sabíamos todos los modales y frases típicas habidas y por haber, al menos yo, no se que tanto haya aprendido Miyano en aquel tiempo, pero se le veía atareado, aquel día nos vestimos con ropa formal y acudimos a un hotel de la misma ciudad, con nosotros iban en conjunto demasiados guardias, como si se tratara del mismo presidente, jamás le tomé atención a nada, solo me interesaba ver aquellos grandes ventanales de aquel lugar.
Quedamos hasta llegar al cuarto 1125, de aquellas cosas que llego a recordar bastante bien, Miyano se quedó en el elevador y me dió un anillo, las instrucciones eran precisas, a las 19:00 alguien siempre salía de aquel lugar, así que como tal, tan pronto se abrió aquella puerta, corrí hacia los pies de la única mujer que estaba ahí, una chica de estatura mediana, cabello largo, negro, ojos cafés, con una piel demasiado blanca, era como si vieses un muerto caminando con lentitud hacia uno, aún asi, no quise fallarle a Miyano, corrí hasta caer a los pies de la chica, soltando el anillo en la alfombra, al tiempo, un par de guardias me apuntaron con la pistola, recuerdo haber cerrado los ojos, cuando escuché la voz de él desde lo lejos llamándome. Como si fuese un excelente actor, llegó corriendo, presentándose con aquellos hombres, diciendo que era su hijo y que me había escapado en un descuido, yo simplemente no hablé y bajé la cabeza, tal como él me lo había pedido.
Una sonrisa logró salir de los labios de aquella mujer y las palabras textuales de Miyano antes de llegar fueron "Si logramos que sonría habremos ganado", asi que supuse que el cometido se había cumplido. Él se acercó y con la galantería que caracteriza a los viejos italianos, tomó la mano de la chica besándola, presentándose como Miyano Sagasti. La mujer solamente sonrió, repitiendo su nombre con una perfección que creí que ella se lo había inventado, Miyano volteó de reojo al piso, encontrando el anillo que yo había tirado, uno de oro blanco, con una flor de Sakura como adorno, si, modesto para el nivel de hotel en el que estábamos, con palabras sencillas, preguntó a la mujer si aquello se le había caído a ella, por supuesto, contestó con él, después de aquello, con la misma elegancia con la que le había saludado, tomó la mano de la mujer, colocando el anillo -Se ve mejor en su mano, si me haría el honor de conservarlo- la tez de la mujer por fin tomó color, y él me cargó para caminar con lentitud al elevador, dándome un beso en la mejilla -Y así, hijo, se conquista a una dama-
Yo solo le abracé mirando mi reflejo en el espejo y el de aquella mujer despidiéndose de Miyano, la primera parte de la trampa estaba puesta.
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