La maleta de sorpresas

/ sábado, 17 de septiembre de 2011 /
Después de más discusiones en aquel avión, arribamos a Inglaterra, a Londres, aquella ciudad tan diferente a la romántica Venecia, o a la siempre clásica Sicilia, tan movida, tan... tan citadina, apenas si paramos en aquel lugar y yo ya me sentía mareado con tanto bullicio de toda la gente. Tomamos por primera vez el tren, recuerdo que estaba emocionado, en lugares como Kirkuk aquel medio es imposible de tomar (si, más imposible que en Inglaterra). Llegamos hasta una casa gigante, después supe que aquello era una mansión, ese lugar tan pintoresco, recuerdo que le sacó una sonrisa tanto a Miyano como a Bastián.

Tardamos un rato en instalarnos, el lugar era inmenso, y fácil pasamos cerca de dos horas encontrando cada una de las habitaciones, era un lugar solo, sin servidumbre, mi padre acordó irse a dormir a un cuarto bastante alejado de nosotros, Miyano me propuso que durmiesemos en la sala aquel día, yo acepté, como dije antes, siempre lo seguía a todos lados.

Nuestra tranquilidad no duró demasiado, al día siguiente llegaron unas cajas, las cuales siempre se me dijo que no las tocara, eso y una maleta con libros y ropa... todas aquellas cosas parecían sacadas de una obra de teatro, era ropa al más estilo samurai, junto con libros de época, entonces, Miyano y yo comenzamos a leerlos juntos mientras gente extraña, entraba y salía siempre de aquella casa.

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