Estigma

/ sábado, 17 de septiembre de 2011 /
Tan pronto como llegamos a casa, Miyano solamente miró al niño, esa vez tuve que quedarme con el bebé, pues los "adultos" debían platicar, supuse que las cosas se complicaron por el tono de voz que estaban usando, al parecer seguían argumentando las mismas cosas, que si el honor, que si el engaño, que si el nieto, que si fue violación, que si fue consentido; yo solamente jalé una silla para mirar al bebé en el borde de la cuna. Parecíamos dos perfectos conocidos, después de muchos años de vernos, reconociéndonos, como si tuviésemos nada que decir y mucho por entender; pero aquella magia se terminó, al cuarto entró mi padre, Bastián, ignorándome como siempre, pero esta vez, vi algo que no creí que vería jamás, él sonrió, se acercó cargando a Kaien de su cuna, y abrazándolo con ternura para besarle la mejilla y sonreí.

Recuerdo que aquel día me molesté, y llegué a conocer el odio gracias a él. Que mi padre le aceptara a él antes que a mí fue algo bastante duro, y sin cuidado me acerqué al cuerpecito de Kaien, apretándolo con fuerza por su cintura, lloró, claro, fue entonces cuando le solté, pero desde aquel momento, Kaien lleva las marcas de mis uñas en su cintura, como si aquello fuese un recordatorio de por qué estamos juntos, como si aquellas heridas fueran lo que nos unieron.

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